El 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, es siempre una oportunidad para reflexionar sobre la condición de la mujer en la sociedad contemporánea, sobre los logros alcanzados, las conquistas sociales, económicas, políticas y los retos que aún quedan por alcanzar en la perspectiva de su emancipación, las cuestiones sobre igualdad de género, la discriminación y las violencias contra la mujer.

Al mismo tiempo, el 8 de marzo es un motivo de fiesta y de celebración.

Las mujeres de los pueblos con las que convivimos en el centro de Albania han querido celebrar este Día de una manera diferente. Llevamos un camino de reflexión y de diálogo con encuentros mensuales en pequeños grupos y algunas prácticas concretas, pero el 8 de marzo debía ser una fiesta y la celebrarían con una comida en un buen restaurante. Solo ellas, sin el marido. Porque lo merecen, porque lo expresa el lema de la Jornada del Día Internacional de la Mujer 2024 “Invertir en las mujeres: acelerar el progreso”.

Para comprender la relevancia que pueda tener el que un grupo de mujeres vaya a comer en un restaurante de Fushë Mamurras, Albania, daré unas pinceladas sobre la situación de la mujer en Albania.

La dificultad de ser mujer 

La sociedad albanesa experimenta fuertemente la impronta patriarcal y marcadamente chauvinista y este hecho es innegable a pesar de que Albania ha cambiado mucho en los últimos años, acercándose cada vez más a los estándares europeos, donde persisten evidentes diferencias de género.

Es un país donde todavía la antigua regla consuetudinaria del Kanun (código centenario de las normas tradicionales albanesas del siglo XV) continúa vigente y, aunque oficialmente abolido en 1930, ha dejado huellas visibles en la sociedad actual y sigue dictando la ley. Por ejemplo, los conceptos de género y relaciones de género son definidos por las creencias culturales derivadas del Kanun. Y se utilizan para justificar el control del comportamiento de las mujeres, incluido el control mediante malos tratos. En el Códice, a las mujeres se les asigna un papel muy marginal y se las define como un «odre que sólo tiene que aguantar».

Una imagen contradictoria

La Albania actual ofrece un cuadro contradictorio. Por un lado, en septiembre de 2021 el nombramiento de doce ministras en el ejecutivo encabezado por el Primer Ministro Edi Rama convirtió a Albania en el país del mundo en el que la presencia de mujeres en el gobierno es más numerosa. También, aquél en el que los indicadores que describen la presencia de mujeres en altos cargos en empresas públicas y privadas están creciendo, especialmente en las grandes ciudades y en el sector de servicios (aunque muy por debajo de la de los hombres).

Por otra parte, Albania es también el país donde, dada una tasa de desempleo femenino comparable a la de los hombres (alrededor del 12%), los salarios de las mujeres son en promedio un 6,6% inferiores a los de los hombres, con picos del 25% en el sector manufacturero. En un país donde el 46% de la población está en riesgo de pobreza (cifra que, sin embargo, está disminuyendo), las mujeres son las más expuestas a esta eventualidad, especialmente entre las desempleadas y en aquellas donde el nivel de instrucción es bajo.

Pero es en el ámbito social, empezando por los problemas relacionados con la violencia doméstica, donde el camino hacia la modernización parece largo. Los datos indican que la mitad de los albaneses consideran tolerable la violencia en el ámbito familiar si tiene como objetivo unir a la familia y que, en general, es una cuestión que debe resolverse dentro de la pareja sin injerencias externas.

Aunque faltan estadísticas oficiales, citando una encuesta de 2018, una de cada dos mujeres sostiene haber sufrido violencia y más de un tercio de ellas afirma encontrarse todavía en esta situación. De los datos se desprende que la violencia se presenta en múltiples formas: desde la emocional a la económica (particularmente en las zonas urbanas) a la física (especialmente en las zonas rurales) y a la sexual, que es la más oculta. Los grupos de edad que sufren más violencia suelen ser los de chicas y mujeres de 18 a 23 años y de 37 a 45 años. Entre todas las víctimas, las más vulnerables son las personas con discapacidad, las inmigrantes, las gitanas y las niñas y mujeres originarias de zonas rurales.

La violencia psicológica es aún más difusa y hace que muchas mujeres sean incapaces de imaginar que puedan ser tratadas de una manera que respete y valore su dignidad.

Subordinación femenina

Las mujeres y las niñas están tan acostumbradas a verse asfixiadas en su libertad, que aceptan esta limitación como algo normal, incapaces de imaginar otra forma de vida posible. Es como si fuera normal aceptar que su destino es uno: resignarse a una violencia sutil de subordinación a los hombres sin posibilidad de cambiar las cosas. Y por hombre se entiende no sólo el marido, sino también el padre y los hermanos, quienes, a falta del padre ocupan su lugar en todos los aspectos.

Esta subordinación, sin embargo, implica sumisiones tácitas adicionales por parte de la mujer: a la familia de su marido, a los deberes de una buena ama de casa y, sobre todo, a la opinión del pueblo. Este es como una jaula con la puerta abierta: puedes salir, pero algo te lo impide. Y ese algo es inherente al alma de toda mujer, no sólo de la albanesa, que, como esposa y madre, hace todo lo posible para salvaguardar a su familia. Para protegerla, ayudarla, defenderla, como sólo una mujer puede hacerlo.

Cuando los hombres empezaron a emigrar para sobrevivir, las mujeres continuaron realizando solas las duras labores del campo, sin ayuda de maquinaria alguna. Esta es la situación actual en Albania, en la Albania de los pueblos, en la que las mujeres, además del trabajo rural, se ocupan de la educación de sus hijos, mientras cuidan de sus padres ancianos y piensan en cómo no hacerles faltar el pan. Todo ello con apenas unas horas de luz y, a veces, incluso de agua, al día.

El frío, las preocupaciones y los dramas internos que no se pueden desahogar, hacen que la mujer albanesa parezca casi siempre muchos años mayor que su edad. Sus arrugas fuertes, marcadas, sus cejas adquieren un pliegue particular y sus manos son las de quien sabe trabajar duro.

En los pueblos, así como en la capital, el control sobre las mujeres sigue siendo muy fuerte. En muchas familias, las más tradicionales, es el padre quien debe dar consentimiento a que su esposa o sus hijas hablen, especialmente cuando hay invitados en la casa, y tiene la autoridad de silenciarlas cuando no se desea su opinión. Sucede que el padre, o los hermanos, impiden que las hermanas menores continúen sus estudios en otra ciudad después de la secundaria, por temor a que la chica haga algo inmoral.

El matrimonio

La mayoría de los matrimonios no son por amor sino concertados por los padres o familiares del chico y la chica y el compromiso oficial es imprescindible para aquellas que quieren encontrarse con su novio. Por tanto, no es posible pasar un rato juntos para ver si están de acuerdo, si se llevan bien. Si una chica fuese a otra ciudad sola o con una amiga, sin estar acompañada de un primo o un hermano, a menudo la gente y los vecinos la consideran poco seria y, por lo tanto, ya no es digna de respeto. A partir de ahí será difícil encontrar marido, por lo que el tipo de hombre que la tomará en consideración disminuirá en función de la gravedad de la «falta» cometida: salir sola, llegar tarde al anochecer, haber perdido la virginidad, haber roto un compromiso, divorciarse. En estos casos, se podrá juntar con hombres que ya rompieron un compromiso, divorciados, alcohólicos, ex presidiarios o con algún defecto físico. Ni siquiera hablar de comprometerse con un «intelectual», término que en Albania se utiliza para referirse a personas educadas y graduadas.

La chica que se casa con el menor de varios hermanos deberá tradicionalmente ir a vivir a la casa de los padres de él y la convivencia con la suegra suele poner tensión en la pareja. También porque el chico, antes acostumbrado a no tener deberes en el hogar, seguirá perpetuando el comportamiento machista aprendido de su padre, mientras que la chica tendrá que cumplir literalmente con sus obligaciones hacia su suegra. A menudo sucede que la pareja vive con los padres del marido no sólo por tradición, sino también porque el coste de una casa es demasiado alto para soportarlo cuando sólo son dos.

El camino de la reestructuracion mental

La famosa periodista y escritora albanesa Diana Çuli, una de las fundadoras y hoy presidente del Foro Independiente de Mujeres Albanesas, que trabaja por la defensa de los derechos de la mujer a todos los niveles, escribiendo sobre la mujer albanesa entre el pasado y el presente, afirma que « la identidad se crea en el seno de la colectividad, y esto a menudo implica también dolor para aquellas y aquellos que quisieran cambiar la suerte y romper con los comportamientos rituales tratando de no herir el poder de la moral de la familia, del marido, del padre y del hermano a través de la búsqueda de una solución moral. Se está pasando con fatiga de un sistema cerrado a un sistema abierto, en un camino de reestructuración mental

Hacer oír la propia voz es hoy más urgente que nunca en una sociedad que sigue sofocando a las mujeres en nombre de un machismo tenaz.

Tomasa Martínez, ccv
Comunidad de Albania

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Ser mujer en Albania