La CUIDAdanía va haciéndose un espacio cada vez mayor, como pensamiento ético y praxis en este tiempo convulso, donde la vulnerabilidad de las personas, los países y la vulnerabilización del Planeta se evidencian más que en las décadas anteriores.

La pandemia, los fenómenos climáticos, la polarización y la alimentación de conflictos nos conducen a una reflexión sobre las bases de la supervivencia de las personas y de los pueblos. Y esa es, sin duda, el cuidado. Dice Adela Cortina [3] que la solidaridad y la compasión, el apoyo mutuo, son irrenunciables para la supervivencia.

La cuidadanía integra el cuidado y la ciudadanía. Expande el cuidado a todos los niveles, personal, socio-político, planetario. Entiende el cuidado como una actitud y un acto político. Esta intuición se ha cocinado -y se cocina- de modo especial en la filosofía y en el feminismo como una reformulación de la ciudadanía, históricamente patriarcal, para que incluya el cuidado social que implica la paridad participativa de todas y la valoración de las personas y de las prácticas de cuidado, imprescindibles para sostener la vida. Entiende que, el cuidado no es un acto privado, ni es natural a la mujer, ni deben asumirlo sólo las mujeres, obstaculizándoles la participación social. Porque el cuidado no se contrapone a la política, al cuidado de la polis, en el que estamos todas y todos comprometidos. Lo que se pensaba personal, también es político. Pero, “para que el cuidado articule la convivencia política ha de haber una intencionalidad” (Pepe Laguna), querer que la articule.

Si la ciudadanía supone un estatus que otorga la sociedad o deja de otorgar [2] donde el cuidado de quienes gozan de ese estatus y el reconocimiento de los derechos derivados es un problema a solucionar, la cuidadanía es esencial a toda persona. Todas estamos llamadas a ser cuidadanas. En ese sentido, Leonardo Boff [3] escribió “La aparición del fenómeno del descuido, la indiferencia y el abandono conducen a la pérdida de la conexión con el Todo. Surge la necesidad de una nueva filosofía que «se presenta como holística, ecológica y espiritual. Cons­tituye una alternativa al realismo materialista, con ca­pacidad de devolver al ser humano el sentimiento de pertenencia a la familia humana, a la Tierra, al universo y al propósito divino». Y él lo llamó el cuidado esencial, el modo de ser que nos constituye como personas humanas, pero que necesitamos alimentar, cultivar esta actitud, esta capacidad para poder desplegarla. El cuidado, así entendido, también es espiritual. Subraya nuestra interdependencia y nuestras singularidades entramadas en la Casa común y con el Creador [4], y visibiliza a la vez la vulnerabilidad de la vida y su fortaleza cuando promovemos redes de apoyo mutuo y de democratización de los cuidados, y la creación de sistemas de cuidado social y planetario. Sin roles fijos de cuidadoras o cuidadas, porque también las personas más vulnerables o vulnerabilizadas son cuidadanas. Está mirada está siendo introducida en el ámbito eclesial a través de la reflexión y la acción [5].

Para vivir la cuidadanía es preciso comprendernos así para ir saliendo de una concepción individualista. Implica sanar, cuidar y también crear juntas, en la acción, en redes que sostengan la vida, que la pongan en el centro, y que, además, valoren la experiencia de vivir y actuar juntas. Supone una mirada y una forma diferente de relacionarnos. Y se construye desde la actitud del cuidado en cada una de nosotras, de los procesos, reconociendo nuestra vulnerabilidad y finitud humana y la de las otras personas y grupos, siendo parte de la Casa común. Siendo con otras. A nivel personal, es inseparable del cuidado del cuerpo y del cultivo de la espiritualidad, de la profundidad, del misterio y del don que habita toda la creación, en cada ser… desde donde podemos abrazar mundo… Ahondar para irradiar, para rebosar del manantial, para vivirnos en comunión con toda vida […]. Hacernos cargo de nuestra existencia. ¿Cómo? Conectadas con el origen y el horizonte de nuestra vida, cuidando hacia dónde nos orientamos; sin pactar con la superficialidad, ni con la autojustificación, ni la autoreferencialidad; manteniendo la mirada contemplativa, crítica y comprometida que perfora la realidad para descubrir los manantiales ocultos que nos ofrece la vida cotidiana; cuidar el vivir como pensamos para no acabar pensando tal como vivimos; armonizando tiempos de silencio y de relación, que nos permitan procesar lo que vivimos y cuidar relaciones de calidad, de acompañamiento mutuo (cf. Pepa Torres). Que nos permita el cuidado mutuo, igualitario, no asimétrico.

¡Ojalá sepamos responder a esa manera propia nuestra, de cada una, de ser CUIDAdanas!

Montse Fenosa Choclán, ccv
Eje JPIC de la Familia Vedruna en Europa

Artículo para descartar:
Cuidadanía

NOTAS

[1] Adela CORTINA ORTS es filósofa especializada en la dimensión social de la ética. Catedrática de Ética y Filosofía Política de la Universidad de Valencia (España).

[2] Cada vez más, vemos que los gobiernos impiden el derecho a la ciudadanía a quienes llegaron de otros lugares o bien suprimen la ciudadanía de personas opositoras o no deseados por el gobierno de turno.

[3] Leonardo BOFF, El cuidado esencial. Ética de lo humano, compasión por la Tierra, Trotta, 2002.

[4] Para quienes somos creyentes.

[5] Con personas como Pepa Torres, y colectivos como Enlázate por la Justicia (ExJ), por ejemplo, éste último promoviendo la cuidadanía integral en conexión de las encíclicas Laudato Si’ y Fratelli tutti, cf. https://www.enlazateporlajusticia.org/cuidadania/.