En 2015, el Papa Francisco definía la espiritualidad integral con estas bellas palabras: “implica la amorosa conciencia de no estar desconectados de las demás criaturas, de formar con los demás seres del universo una preciosa comunión universal” [1]. Comunión de todas y todo. En ella completa lo que nos dice algunos números antes, en la misma encíclica: “Todo el universo material es también lenguaje del amor de Dios, de su desmesurado afecto hacia nosotras. El suelo, el agua, las montañas, todo es caricia de Dios. La historia de amistad con Dios se desarrolla en un espacio geográfico que se convierte en personalísimo […] y cuando regresamos a estos lugares, nos sentimos llamadas a recuperar nuestra propia identidad” [2].
Porque el término “integral”, derivado del latín integralis hace referencia a la totalidad de algo, comprende la totalidad, como la palabra “holística”, del griego holos.
Y ahí está precisamente nuestra dificultad para quienes vivimos en un entorno que privilegia la individualidad y la mentalidad analítica, que necesita fragmentar las partes para su análisis y atención separadas y que valora jerárquicamente a unas más que a otras, a unos más que a otros seres.
Por ello, la espiritualidad integral supone, para nosotras, un cambio de perspectiva, de comprensión y de estilo de relacionarnos y de vivir. Cada criatura sigue siendo única y diferente de las demás, pero para ser fieles a nosotras mismas, para desarrollar y expresar nuestro auténtico yo, nos invita a comprendernos con las otras, a aceptar que existimos con ellas y gracias a ellas, con gratitud y gratuidad; por tanto, a relacionarnos desde la interdependencia que nos caracteriza y en horizontalidad. Donde las capacidades diferentes que cada una tenemos nos urgen a emplearlas con responsabilidad “a gloria de Dios y bien del prójimo” [3], de todos los próximos y próximas que habitamos este Planeta.
Asumir como propia esta perspectiva nos va a hacer converger con otras creencias, sin negar la nuestra, porque nos lleva a la esencia de lo que somos, criaturas. Y nos conduce al Dios trinitario y Creador y a su estilo. Amoroso, reverencial y agradecido con cada una y con todas.
La Familia Vedruna hemos caminado este sendero desde hace tiempo, vamos comprendiendo su alcance y percibiendo su urgencia, pero necesitamos dar un paso más: ¡vivirlo, para “Nacer de nuevo”! A ello nos invita la reflexión del Capítulo, fruto de la aportación de todas las comunidades.
Equipo del Eje JPIC
Provincia Vedruna de Europa
Artículo para descargar:
HACIA LA AMOROSA CONCIENCIA DE NUESTRA INTERDEPENDENCIA
NOTAS:
[1][1] FRANCISCO, Encíclica Laudato Si’, n. 220, 2015.
[2][1] Ibid., n. 84.
[3] Epístola 84 de Joaquina de Vedruna a Josep Estrada.