La idea de sostenibilidad nunca ha sido extraña para los humanos. Numerosas civilizaciones han intuido la necesidad de preservar los recursos para las generaciones futuras. Por ejemplo, los indígenas norteamericanos denominan a un lago con un nombre que significa: «Nosotros pescamos en nuestro lado, vosotros pescáis en vuestro lado, y en medio no pesca nadie» (von Weizsäcker et al., 1997). Bonita práctica y definición de sostenibilidad.

Todos sabemos que esos principios, en general, se han ido olvidando a lo largo de los años, por el deseo (avaricia más bien) de acumular riqueza y poder.  Y ante los desastres que hemos ido sembrando en nuestro entorno y en nuestras relaciones, diversos Organismos Internacionales han ido haciendo pronunciamientos en favor del cuidado y la racionalidad. Han ido apareciendo términos como “sustentabilidad” (más centrado en términos económicos) y “sostenibilidad” (más integrador de lo humano, económico y social).

En 1987, la Comisión Brundtland de las Naciones Unidas definió la sostenibilidad como lo que permite “satisfacer las necesidades del presente sin comprometer la habilidad de las futuras generaciones de satisfacer sus necesidades propias”.

En 1992, se celebra en Río de Janeiro la Conferencia de Naciones Unidas («La Cumbre de la Tierra») sobre Medio Ambiente y Desarrollo en la que se acuerda una estrategia global para lograr un desarrollo sostenible a partir de la cooperación mundial.

Más tarde se han ido haciendo más pronunciamientos que no nombramos por no alargar este texto.

El concepto de sostenibilidad no es estático y ha ido evolucionando en la concepción de su contenido generando tres modelos diferentes:

1) modelo de sostenibilidad centrado en los aspectos físico-naturales.

2) modelo de sostenibilidad centrado en la conservación y protección de los recursos naturales, de la fauna y de la flora.

3) modelo de sostenibilidad centrado en el desarrollo humano, proponiendo una nueva ética de la sostenibilidad.

La sociedad, y nosotras mismas, hemos ido utilizando distintas expresiones: cuidado medioambiental, economía social, economía circular, economía de los cuidados… Es necesario, y urgente, llegar al concepto de “ecología integral”, “modelo de vida sostenible”. Hoy sabemos que este concepto entrelaza tres ejes fundamentales que deben avanzar de manera simultánea: el ambiental, económico y social”.

El Papa Francisco propone “una ecología que, entre sus distintas dimensiones, incorpore el lugar peculiar del ser humano en este mundo y sus relaciones con la realidad que lo rodea” (Laudato Si’, 2015, n. 15).

Habitualmente cuando hablamos de sostenibilidad, pensamos en la protección del medio ambiente y de los recursos. Nosotras mismas estamos comprometidas en muchas de estas propuestas. Sin embargo, es algo más amplio y profundo, es colocar a la persona, toda persona, en el centro de los cuidados y, desde ahí, en los cuidados del entorno. Es pensar y construir el nosotros, no solo el yo, a costa de lo que sea y entonar el “sálvese quien pueda” porque nadie es mejor que nosotros.

Pensar en la sostenibilidad nos lleva a vivir en un nuevo paradigma, el de la justicia social, que tiene concreciones en las relaciones, en la economía, en el reparto de beneficios, en hacer duraderos los recursos, en la convivencia, en la protección de los más vulnerables. Construir un mundo sostenible es construir una casa habitable, amigable, cordial, que entrelaza todos los recursos disponibles para que “todos tengamos vida y vida en abundancia” hoy y mañana.

Entrar en este concepto supone asumir unos principios éticos que ponen en cuestión muchas de nuestras prácticas de vida ordinaria y gran parte de nuestra sociedad y política institucional de los gobiernos.

Sin duda estamos ante un gran reto de visibilizar la profecía de que “otro mundo es posible y es urgente”.

Herminia Álvarez, ccv
Fundación VIC

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GLOSARIO-Sostenibilidad