Para los creyentes, la espiritualidad nace de la vida de Jesús de Nazaret, de su espíritu salvador y liberador y, después de su muerte y resurrección, el Espíritu Santo tiene la misión que la fe en Jesucristo sea coherente y esté en conexión fiel con el Jesús histórico. Si no haremos a un Dios a nuestra imagen y semejanza. Convertiremos el Dios del amor en la idolatría por el dinero.
Hay una vinculación entre el Jesús histórico y el Cristo de la fe basada en que las comunidades cristianas no pueden falsificar la imagen de Jesús. Si Jesús luchó por la justicia y la paz, mi fe en Jesucristo no puede dar lugar a que defienda y justifique la injusticia y guerra. Este es uno de grandes pecados: cuando prescindimos del Jesús histórico, podemos manipular la imagen de Jesucristo a nuestro antojo. Por eso, no es de extrañar que personas que se declaran cristianas fomenten las desigualdades, las violencias, las guerras, el racismo, la xenofobia y el rechazo al pobre. La aporofobia, como diría Adela Cortina.
Jesús anunció el reino de Dios y lo construyó como un proyecto vital, anunciando a un Dios amor, misericordioso y compasivo. Un reino de Dios basado en la verdad, en la justicia, en la ternura, en la fraternidad universal, donde las personas somos hermanos y hermanas, como muy bien precisa el Ppapa Francisco en la encíclica ‘Fratelli Tutti’, donde nos alerta de las diversas y actuales formas de eliminar o de ignorar a otros. Por eso, la misión de la Iglesia es seguir construyendo ese reino de Dios que Jesús anunció, vivió y empezó a mostrarlo y de aquí podemos decir que la Iglesia no es un fin en sí misma, sino un medio cuyo objetivo es que ese reino de Dios se siga desplegando por todos los lugares, donde el Espíritu Santo sigue alimentado esa espiritualidad del amor, de la acogida y ser Buena Noticia para los empobrecidos, en conflictos con los poderosos de este mundo y exigiendo su conversión y la transformación de las estructuras sociales y económica en beneficio del ser humano y en aras de la plenitud de la humanidad.
Es una espiritualidad que nos hace tener una mirada distinta a la mirada de las élites sociales, económicas y financieras que solo buscan el beneficio y la rentabilidad económica, destruyendo la vida humana y la vida de la naturaleza.
Es una mirada que nos dice que, cada vez que vemos a una persona migrante o refugiada, vemos a Dios; es la espiritualidad que nos dice que, cuando nuestra mirada a una persona migrante o refugiada es indiferente o no vemos a Dios, nuestra vida es expresión de la infidelidad a Dios.
Si nuestra Iglesia no acoge a un migrante como un hermano o hermana estamos decepcionando al Dios de Jesús y estamos manipulando al Jesús histórico. De nuevo, construimos otro becerro de oro; el becerro del odio, de la exclusión y el rechazo. Rechazando a un migrante, rechazamos a Dios, acogiendo a un migrante, acogemos a Dios.
Todo esto se traduce en una espiritualidad en el seguimiento a Jesús que nos lleva a amar a Dios amando a Dios, luchar por la justicia, luchando cada día por la justicia, acoger a las personas migrantes, acogiéndolas. Es una espiritualidad que nos dice que lo creemos adquiere profundidad y credibilidad porque la mostramos en nuestra cotidianidad. El infinitivo lo convertimos en gerundio, es decir, en movimiento, porque lo que decimos lo tenemos que hacer realidad. Oímos con frecuencia decir: “Yo no soy racista, pero a los moros y a los negros no los quiero”.
Es una espiritualidad que nos hace preguntas que nos cuestionan ¿Oprimimos a las personas migrantes? ¿Buscamos personas migrantes para que trabajen echando muchas horas en explotación laboral y cuando las echamos de los trabajos no le pagamos porque sabemos que no nos van a denunciar porque no tienen papeles? ¿Empatizamos con su dolor? ¿No empatizamos con las causas de su huida de su tierra porque solo quieren vivir y no morir o solo sobrevivir?
¿Fomentamos los discursos del odio y somos transmisores de los mismos, sobre todo por las redes sociales?
La espiritualidad, siguiendo ese Espíritu de Jesús, nos lleva a la acogida, al acompañamiento, a la integración en nuestros países, a destruir muros y convertirlos en puentes, a no dejarlos morir en ese éxodo terrible por tierra, por los desiertos y el mar. Es una espiritualidad que denuncia esas políticas europeas de considerar a estas personas como enemigos, como una amenaza y criminalizar a todas las ONGs. y organizaciones sociales que quieren mostrar la solidaridad y la ternura. Es una espiritualidad que lanza una denuncia profética con fuerza diciendo a los poderosos: robáis sus recursos naturales, provocando guerras, provocando tanto sufrimiento y horror y después ¿No queréis que vengan? Es una espiritualidad que mira a los ojos de los poderes diciéndoles que quieren sus recursos, pero no a ellos como personas, en todo, caso como mano de obra barata o contratarlos como mercenarios.
Es una espiritualidad que nos invita a comprender las causas de ese desgarro que les hace huir de sus países y actuar con misericordia, justicia y solidaridad porque son parte de los preferidos de Dios. Es una espiritualidad que quiere transformar el mundo para que el derecho a quedarse en su tierra sea efectivo porque tienen las condiciones de vida y porque si salen puedan volver a ese mundo que los vio nacer y como dicen. “Quiero morir en la tierra que me vio nacer”.
Joaquín Sánchez Sánchez[1]
[1] Joaquín Sánchez, “el cura de la PAH”
Sacerdote desde 1987. Miembro de la plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH) y de la Cumbre Social de Murcia. Realiza tareas de acompañamiento en la prisión, centro psiquiátrico y residencia de personas mayores. Escritor. Su frase favorita: nunca es tarde para amar y luchar, luchar y amar.
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MIGRANTES Y ESPIRITUALIDAD