Montse Fenosa conversa con la activista amazónica Ana Maria Alves de Avelar, que desempeñó un papel decisivo para el reconocimiento de derechos a los «seringueiros» en Brasil. La socióloga habla también de los oscuros años de Bolsonaro, del papel de la Iglesia en la Amazonía y del movimiento ecofeminista que impulsa en estos momentos, con mujeres indígenas y no indígenas.

 

Llegó a la selva amazónica del estado de Rondonia a principios de los 80, contratada en un programa gubernamental para atender a la población desplazada para trabajar en la agricultura, y para mediar en conflictos que se originaban con las comunidades indígenas.

Además de comunidades tradicionales indígenas, se encontró con un hallazgo inesperado: “un pueblo muy degradado”, de personas que “no constaban en ningún documento oficial” y que no existían para ninguna administración.

Eran hombres procedentes del nordeste. Habían sido desplazados a la selva durante la II Guerra Mundial por el Ministerio de la Guerra para extraer caucho, en el contexto de un programa patrocinado por los Estados Unidos. El suministro de esta materia prima, imprescindible para la industria automovilística y para la fabricación de material quirúrgico, se había visto interrumpido por la guerra en Asia, y Brasil emergió como alternativa.

“Cuando la guerra terminó, el Gobierno se olvidó de esas personas”, cuenta Ana Maria Alves. Comenzaron a rehacer su vida en la selva, “cortando caucho, robando las mujeres indígenas, guerreando con los indígenas, por el territorio…“.

Como primera demanda, quería recibir una pensión, que se les reconociera como “soldados del caucho”. Alves de Alvear vio además que arrastraban serios problemas de salud, con la mayoría enfermos de tuberculosis. Su prioridad fue abrir canales de comunicación con sus lugares de origen para documentarles y procurarles una asistencia sanitaria.

Para todo ello les organizó en asociaciones y sindicatos, lo que le valió represalias por parte de la dictatura militar que entonces gobernaba Brasil. Permaneció en la zona, con los seringueiros y otras comunidades indígenas, subsistiendo gracias a trabajos temporales que fue encadenando. Con la llegada de la democracia, pudo retomar su trabajo. Fue la época de mayores éxitos.

La nueva Constitución reconoció a estos “soldados del caucho”, y se establecieron en Rondonia las primeras reservas. De ahí el modelo se expandió a otros estados.

Tras organizar en Rondonia el primer encuentro de seringueiros, Alves de Alvear empezó a trabajar en red con activistas de otros estados, en particular con la antropologa Maria Alegrete, quien organizó el primer encuentro nacional en Brasilia. Allí se fundó el Consejo Nacional de Seringueiros, existente hasta hoy.

Los oscuros años de Bolsonaro

Los años de bolsonarismo supusieron un duro golpe. “Ha aniquilado todas las políticas ambientales y sociales de Brasil, todas, impresionante”, dice Ana María Aves. El objetivo fue “ocupar el máximo posible de terreno amazónico a través de la explotación mineral”, del monocultivo de soja y de girasol, y de los pastos para ganados (Brasil es el primer exportador mundial de carne).

El pueblo yanomami tuvo mucha visibilidad internacional durante este tiempo, pero la situación no fue mejor para el resto de comunidades, incluidos los seringueiros, con múltiples “asesinatos de líderes indígenas, hombres y mujeres. Muchas”

El papel de la iglesia

Durante todos sus años en la Amazonia, Alves reconoce que siempre ha encontrado el apoyo de la Iglesia. “Todo lo que yo he pedido siempre me fue dado”. No obstante, afirma que, pese a su “buena voluntad” y su capacidad de organizar diversos actos con amplia proyección pública, la Iglesia carece de fuerza real sobre el terreno. “En todo el conjunto, es muy pequeña”, dice. “Todo el mundo es muy bien intencionado”, pero faltan manos y los fieles “no se involucran”.

La salud del planeta

El mensaje que quiere trasladar Ana Maria Alves es que la salud del planeta deprende de la preservación de la Amazonia, de sus ríos y acuíferos, de sus bosques… “Necesitamos cuidar todos que este paraíso continue siendo el jardín que Dios plantó, y nosotros, que somos de allá, podamos continuar allí cuidándolo”. Para eso, “no tenemos que vivir allí como primitivos”, sino “tener calidad de vida; también esto es fundamental”.

Ahora bien, “los recursos naturales no tienen que ser recursos para enriquecer a nadie. No es para enriquecer a uno, a dos, a tres, a veinte, a cien1empresarios. No, no es para eso. Es para garantiza el equilibrio climático y ambiental del planeta”.

Un movimiento ecofeminista

Entre sus últimos proyectos, está el lanzamiento de un movimiento feminista amazónico, MAMA (Movimiento Articulado de Mujeres de la Amazonía), compuesto por mujeres indígenas y no indígenas. “Somos mueres que trabajamos contra la violencia, contra el feminicidio, articulado con cuestiones de la preservación de la Amazonía”, explica.

Desde ese movimiento, concluye, el reto es “amazonizar Brasil para amazonizar el mundo”, impulsando modelos de vida sostenibles y respetuosos con el medioambiente y las poblaciones indígenas y tradicionales.

 

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