El 24 del mes de noviembre, celebraremos el día de las personas sin hogar. Por eso aquí voy a describir las personas sin hogar con las que me he encontrado en mi camino y mis sentimientos después de estar 18 años con ellas. Prefiero llamarlas personas sin hogar que personas transeúntes.
Hogar significa: donde tengo mi espacio, mi intimidad, formada por mis bienes sean muchos o sean pocos, por mis sueños, mis proyectos por todo aquello que puedo compartir. Formada por mi ciudad, mi pueblo, mi barrio. Quiere decir: agua, luz, educación, formación, fiesta, dar y recibir, un espacio de un ámbito afectuoso que da seguridad y facilita la socialización. Y en cambio transeúnte, sólo se refiere a la persona que va de aquí para allá.
Cuando hablamos de personas en situación sin hogar, nos referimos a un colectivo de población muy amplio y heterogéneo:
- Las persones que transitan de ciudad en ciudad, de albergue en albergue.
- Aquellas que viven en pensiones o en habitaciones de alquiler con unas condiciones infrahumanas y deplorables.
- Aquellas que viven directamente en la calle, durmiendo en los bancos de las plazas, en las entradas de garajes, en los cajeros automáticos -ahora menos porque los cierran por la noche-, en edificios en ruinas o abandonados, en las estaciones de trenes y autobuses…
Pasa por diferentes fases:
- En una fase inicial encontraríamos personas que llevan menos de un año en la calle, relativamente jóvenes, aquí entran los chicos entre 18 a 25 años, principalmente emigrantes, que han venido a España en patera, debajo de un camión etc.
- En una fase avanzada de exclusión, encontraríamos personas que llevan en la calle entre 1 y 5 años. Se trataría de una multi- problemática donde pueden aparecer otras patologías, como el alcoholismo, drogadicción, falta de vínculos relacionales y familiares.
- En una fase más cronificada, encontraríamos aquellas persones con más de 5 años en la calle que además de las patologías anteriores, sufren alcoholismo, enfermedad mental, etc.
Ésta ha sido en resumen la teoría. Ahora quiero compartir mi realidad y mis vivencias en el trato con estas personas después de 18 años de estar con ellas.
Participo en un proyecto de una fundación privada que se llama “Bonanit”,“Buenas noches”.
La edad de las personas, hombres y mujeres, que llegan al albergue, oscila entre los 18 y los 70 años. Llegan de todas partes, de Cataluña, del resto de España, de otros países de Europa, del Magreb, del África Subsahariana, y de América del Sur.
Las personas que llegan al albergue van solas por la vida, no tienen a nadie a quién dar ni los buenos días, han perdido la capacidad social de poder relacionarse, no tienen amigos y muchos, si tienen ocasión, se aprovechan de los demás. Viven sin motivación, con una insatisfacción tremenda, con una agresividad fácil, carecen de todas las referencias para vivir.
Son personas, pero no pueden ejercer sus derechos. A veces lo hacen con actuaciones que socialmente son consideradas negativas porque van ligadas a expresiones de rabia y de violencia. Violencia consigo mismos (droga, alcohol… ) y violencia hacia otras personas y cosas, (agresividad verbal y física, no respetan la propiedad, rompen material urbano, etc.)
No tienen trabajo hace uno, dos, tres, cuatro… años, no tienen dinero para trasladarse de un sitio a otro, tienen hambre y van sucios porque no pueden cambiarse ni lavarse la ropa , tienen dificultades para ir al médico y adquirir medicamentos…
A las personas que acogemos les es muy difícil superar cualquier situación, la externa, como puede ser encontrar un trabajo que les dignifique y pueda cubrir sus necesidades más elementales, y la interna porque aceptar la propia realidad es algo que no se consigue fácilmente. Cuando hablo con ellas me dicen: “¿Tú sabes lo que es despertarse y no saber a dónde ir?”. Son personas que están en continuo movimiento para no llegar a ninguna parte.
El trato con estas personas me ha abierto a la comprensión, al afecto, a la ternura, a ponerme en el lugar del otro. A un entrenamiento constante de contrastar mis sentimientos, mi poder personal, mi vida.
También me han dado lecciones de humildad y de dignidad, de respeto a su silencio, me ayudan a conocerme a mí misma.
Siento la llamada a luchar por la justicia, a saber “perder” tiempo escuchándolos, a trabajar por su dignidad.
Para mí ha sido un regalo. He recibido y recibo mucho más de lo que puedo dar, Doy mi tiempo, pero, las vivencias de estos 18 años son incalculables y superan lo que yo pueda dar.
La fuerza que me impulsa es la de trabajar para ofrecer humanidad, acogida, escucha, intentar ver, debajo de las apariencias, aquel trozo de bondad que todos tenemos en nuestro interior. Intento traspasar la mirada para ver en el pobre una persona que sufre -porque sufren-. Me duele ver la injusticia que la vida ha tenido con ellos, intento no juzgar buscando los motivos por los que han llegado hasta aquí y me siento urgida a seguir trabajando por la misma causa que trabajo des de hace 18 años.
Teresa Beà- CC Vedruna
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Personas sin hogar