“Nos da una viva esperanza” (1Pe 1,3) [1]. Este año, en diversas campañas, proyectos, diálogos, etc., la esperanza está siendo un tema recurrente. Por ejemplo, la Iglesia nos ha propuesto contemplar y alimentar las “Semillas de Esperanza” en la Semana Laudato Si de mayo y “Esperar y actuar con la Creación” [2] es el tema propuesto para el Tiempo de la Creación ecuménico (1 de septiembre – 4 de octubre). Y “La esperanza no defrauda” [3] (Rm 5,5) es el título de la Bula del 9 de mayo con la que el Papa anunció el próximo año Jubilar 2025, para que “a cuantos lean esta carta la esperanza les colme el corazón”.

En este tiempo revuelto, somos más conscientes de que la necesitamos.

Creo que la esperanza es el alma de la espiritualidad integral y ecológica pero también es parte decisiva en el corazón, en el espíritu humano. El escritor José Saramago escribió que “La Humanidad no es una abstracción retórica, es carne sufriente y espíritu en ansia, y es también una inagotable esperanza”. Charles Péguy llamaba a la esperanza, la hermana pequeña de la fe y del amor, que tira de sus hermanas mayores que, sin ella, no podrían avanzar, aunque ella pasa más desapercibida y nos cuesta más explicarla. “No tiene rostro ni puede asirse, solo se sospecha su fuerza y su presencia.” [4] Orienta el corazón.

Pere Casaldàliga la llevaba por bandera y, a quienes le iban a visitar, les invitaba a vivir de esperanza para “humanizar la Humanidad practicando la proximidad”: “Pueden quitárnoslo todo menos la fiel esperanza”. Y cuando explicaba cómo es, decía: “La solución es siempre la esperanza. Una esperanza, que empieza a trabajar, que sabe vivir el día a día, que busca hacer un trabajo de justicia y liberación con los demás”.

Esperanza activa

Humanamente, desde nuestro punto de vista, hablamos de una esperanza que no es para nada pasiva. No es simple consuelo imaginario o ilusión, ni mentalidad positiva para lograr la felicidad. Es una esperanza que va más allá del puro sentimiento de optimismo de que todo irá bien sin hacer nada porque sea así.  No depende de nuestro estado de ánimo ni de nuestras ganas, porque está con nosotras siempre para superar el dolor, la ira y el miedo. Nos ayuda a vivir el presente difícil y el futuro incierto sin endurecer el corazón.

Nos lleva a trabajar, no por el éxito que puede conllevar, por los resultados positivos, sino porque algo es bueno. Es una esperanza que no nos evade de la realidad ni nos separa de aquello o de quienes nos muestran la crudeza de la realidad con su sufrimiento. Ve y cree en la realidad, con su contingencia, como portadora de futuro, a pesar de todo. Nos llama a abrir nuestros sentidos y manos para involucrarnos en el mundo cuando se nos rompe el corazón; va siempre con nosotras. Sin negar el presente. Sin añorar el pasado, pero recordando el pasado e imaginando el futuro con nuestros sueños, para caminar. En medio de los clamores, nos descubre cada oportunidad en la misma creación que se queja y sufre como una mujer con dolores de parto (Rm 8,22).

Esperanza nacida de nuestra interioridad habitada

Necesita comprender, razonar, autorreflexión y autoconocimiento, ahondar en nuestro interior – ¡claro!-. Estos son muy importantes para observar y comprender la situación críticamente. Comprender nuestro ser y cómo nos relacionamos con la situación, y comprender la complejidad de la realidad -ambas-, mientras la esperanza nos abre al cambio que va más allá de lo racional que podemos controlar. “Camina con sus bolsas llenas de mañanas […]. Justo ahí, donde nadie pensaba, donde son todas las derrotas, el triunfo no aparece y los fracasos coleccionan premios, la esperanza, aunque casi siempre trota a paso de tortuga, logra suficiente rapidez para llegar primero que el desaliento. […] No se vende ni se compra en supermercado o botica alguna, pero está en el lugar de siempre, exactamente donde nadie piensa. Es más terca que la mala hierba.” [5] Y nos sorprende con admiración, como una experiencia que tuvimos hace pocos días cuando, una niña de ocho años, en tratamiento por leucemia, nos decía con gran expresividad al salir del tren y divisar el paisaje: “¡qué bonita es la vida!”. La esperanza tiene algo de contemplativa, requiere escuchar, ver y reverenciar. Admirar, agradecer y disponernos. Como los niños/as. Contemplar nos hace presentes al misterio.

Con la filósofa española María Zambrano podemos afirmar que “la esperanza es hambre de nacer del todo”. Para que la semilla de esa hambre se incube y germine, necesitamos estar metidas en nuestro contexto, en nuestra realidad, sin amagos, tal como es, contingente y terrible a veces y, a la vez, germen de vida. Y aunque tenemos esa semilla, la esperanza no viene dada naturalmente, debe ser invocada y presupone un compromiso activo; es un don que se convierte en tarea.

Alentar la esperanza

Ni el vivir simplemente en “modo supervivencia” ni el miedo son buenos compañeros de la esperanza. El miedo contribuye a la desesperanza. Pero los deseos y la insatisfacción la preparan, tienen la capacidad de movernos hacia ella. Para que esta nos nazca, necesitamos afrontar esos miedos, fundamentadas en la certeza de que el sentido de la vida es el amor y hacia ahí podemos caminar y ser conducidas. Que la vida y nuestra vida tienen sentido, independientemente de cómo resulte, de cómo estemos. Es una experiencia tanto desde una perspectiva puramente humana, como desde una perspectiva creyente. Necesitamos pasar del modo de mera supervivencia -con su miedo que nos instala- al modo de vida abundante, de vida vivida, recibida y ofrecida como regalo a la comunidad humana y a la madre Tierra de la que somos parte.

Atentas a las pequeñas realidades, gestos, … y perforando nuestra interioridad, nos descubre el poder de lo débil. Ese, que María canta en el Magníficat [6]. Un poder diferente, que brota de lo hondo del corazón y de la contemplación de lo pequeño; los pequeños gestos de bondad, ternura, misericordia… que, junto a los de otras, multiplican su efecto de manera insospechada. Y vemos que, del aparente caos, “salimos más que vencedoras por medio de aquel que nos amó” (Rm 8,27).

La esperanza es comunitaria y recibida

Porque la esperanza incluye el “nosotros/as”, el “yo” deja de ser el centro. Nos ayuda a salir de nosotras mismas, nos acerca a la comunidad. Porque el miedo aísla y mina la solidaridad social, empleándonos en defender y proteger nuestras necesidades; haciéndonos creer que solo cada una es responsable de su felicidad. Pero todas dependemos de todas. Y solo la esperanza une y reconcilia, nos lleva al “nosotras”. Y juntas/os, nuestros miedos se disipan o pierden fuerza y podemos profundizar aún más en la realidad, también en la realidad dolorosa, porque captamos su hondura y, desde ella, somos renacidas. “Porque esperamos, actuamos. El tiempo y la historia son el espacio sacramental de la esperanza” (Pere Casaldàliga).

Desde la fe, vemos con claridad que recibimos esa hambre de nacer del todo. Sabemos que no somos la fuente de ella, pero somos habitadas por el Dios del Amor sin medida, Fuente de esperanza, que habita en sus criaturas. Nos sabemos en las manos del Ser, de Dios, o como le llamemos, en manos de Aquel/lla que nos permite confiar, que da sentido a nuestra vida y nos lanza al compromiso con otras para hacer posible lo que esperamos. Como Joaquina de Vedruna decía y experimentaba: “Dios cuida de todo[7].   Desde el fondo de nuestro ser, Su Misericordia nos acompaña incondicionalmente a ser parteras de una nueva vida, a permanecer más allá de lo calculable, cuenta con nosotras para ello. Por ello, cuando nos encontramos con decepciones personales, sociales o institucionales, podemos seguir decidiendo vivir naciendo de nuevo al amor.

La desilusión no es mala, si nos libera para buscar al que Es, la Fuente de esperanza, y nos aleja de los ídolos, del dios que suponíamos que era, ajustado a nuestras expectativas. Donde hay Dios hay esperanza, siempre hay nuevo comienzo, en el Amor que todo lo sostiene. [8] Así, “lo malo no será perder el tren de la Historia, sino perder el Dios vivo que viaja en ese tren” (Pere Casaldàliga). La esperanza del amanecer de Pascua se agudiza más desenmascarando el pecado y el mal en el mundo y, así, Pere Casaldàliga puede decir: “porque aprendí a esperar a contramano de tanta decepción: te juro, hermano, que espero tanto verLo como verte”, refiriéndose a Dios y a las víctimas de tantas injusticias con quienes Él también ha muerto. Esa es la esperanza mística, la que experimentaron ante la tumba vacía las mujeres, el día de Pascua. Sea como sea el inalcanzable “rostro de Dios”, sea cual sea Su rostro, siempre insondable, nos ha dejado impresa su marca en todos y todo lo creado … y su promesa.

Con Dios nos acompaña una esperanza que nos llena de fuerza silenciosa para permanecer sin importar nada más. Nos llena de su vida, más fuerte, más allá de lo conocido, de la pasión por lo posible, en ese camino hacia el horizonte que Él sueña. Nos empuja a soñar, a caminar hacia adelante, hacia el horizonte, como bien describió Eduardo Galeano definiendo la utopía [9]. Decididamente, “donde no hay esperanza debemos inventarla” (Albert Camus).

¿Cómo andamos de esperanza?

 

Dios, Fuente del Ser, danos, cada amanecer,

la certeza de Tu amor sin medida, sin condiciones,

esa que nos hace nacer de nuevo, para abrirnos a tu acción.

Concédenos estar alerta, bien atentas, a la escucha

de lo que todavía no nace, para ser parteras de ello.

Danos, Señor, esa pasión nacida de verte en cada hermana/o,

especialmente en las ninguneadas.  

Concédenos contagiar la esperanza de Tu Ser

ahí donde no la hay,

ahí donde otros dicen que no hay salida,

o allí donde la esperanza tiembla.

Concédenos la libertad de revisar nuestra esperanza

y de permanecer cuando flaquea.

Concédenos la capacidad del asombro y la reverencia ante la vida,

la esperanza que nos impulsa a comprometernos a favor de toda vida.

 

Montse Fenosa Choclán, ccv, equipo JPIC

 

Artículo para descargar:
Nos da una viva esperanza

 

NOTAS

[1]  En este artículo uso expresiones de Pere Casaldàliga y Raul Gatica citadas y también otras de Maureen Foltz, ccv e Ilia Delio, osf.
[2]  Mensaje completo del papa en: https://www.humandevelopment.va/es/news/2024/messaggio-papa-francesco-giornata-mondiale-di-preghiera-per-creato.html
[3]  La Bula completa en: chrome-extension://efaidnbmnnnibpcajpcglclefindmkaj/https://www.vatican.va/content/francesco/es/bulls/documents/20240509_spes-non-confundit_bolla-giubileo2025.pdf
[4] De Raul GATICA. Él es un defensor indígena zapoteco de Oaxaca, perseguido por defender los derechos indígenas y medioambientales. Cuando se dirigía al exilio en Canadá, describió en unos folios “El derecho a la esperanza”.
[5]  De Raul GATICA op. cit.
[6] Lc 1,51-53:“…deshizo los planes de los orgullosos, derribó a los reyes de sus tronos y puso en alto a los humildes. Llenó de bienes a los hambrientos y despidió a los ricos con las manos vacías”.
[7]  [1] Cf. Fundamentación del Lema 2024-25 del equipo de Pastoral Juvenil Vocacional (PJV) Vedruna: “Dios cuida de todo” (https://www.pjvvedruna.es/recursos/lemas-pjv/).
[8]  “Para cambiar de vida / hay que cambiar de Dios. / Hay que cambiar de Dios / para cambiar la Iglesia. / Para cambiar el Mundo / hay que cambiar de Dios.” (Pere Casaldàliga)
[9]  “La utopía está en el horizonte. Camino dos pasos, ella se aleja dos pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. ¿Entonces para qué sirve la utopía? Para eso, sirve para caminar.”